La boda de Juan y Patricia en el Rancho de Aldeagüela fue una celebración llena de emoción, música y momentos inolvidables que marcaron un día especial para todos los que les acompañaron. Rodeados de naturaleza, luz filtrada entre los árboles y una decoración sencilla y elegante, los novios vivieron una jornada única en uno de los espacios con más encanto de la zona.
Una ceremonia llena de luz y alegría
Patricia apareció radiante con un vestido de líneas limpias y elegantes: manga larga ligeramente abullonada, un cinturón floral que marcaba su figura y una falda fluida que acompañaba cada paso. Su estilo transmitía pureza, calma y mucha personalidad.
Juan la esperaba con un traje oscuro impecable, acompañado de camisa blanca y pajarita, con un boutonnière en solapa que conectaba visualmente con el ramo de Patricia. Al salir juntos tras la ceremonia, avanzaron por un pasillo decorado con paniculata mientras sus invitados les recibían con una lluvia de confeti y sonrisas.
Un cóctel que se convirtió en fiesta en el rancho
Durante el cóctel, la charanga irrumpió con fuerza y convirtió el ambiente en una auténtica fiesta. Los invitados se animaron desde el primer minuto: bailes improvisados, risas, móviles grabando y esa energía contagiosa que marca la diferencia en un gran día.
El tradicional cochinillo… y un plato volando
El banquete tuvo un protagonista indiscutible: el cochinillo. Siguiendo la tradición, Juan y Patricia lo partieron con un plato, que—como manda el ritual—acabó en el suelo entre aplausos, carcajadas y muchas fotos del momento. Fue uno de esos instantes espontáneos que se guardan para siempre en la memoria (y en el álbum).
Un baile precioso y una barra libre para recordar
La noche continuó con el baile de los novios, un momento íntimo y precioso que abrió oficialmente la pista. A partir de ahí, todo fluyó: música, abrazos, brindis y una barra libre donde los invitados disfrutaron hasta el final, cerrando así una celebración llena de vida en el Rancho de Aldeagüela.
